La verdad soterrada

Publicado en El Mundo el 12 de mayo de 2023

En ocasiones, la verdad sobre el final de Eta, que con tanto ahínco se está intentando soterrar, aflora al exterior con toda su crudeza y podredumbre. Y entonces, todos nos sorprendemos y escandalizamos. Es lo que está ocurriendo con la noticia de los cuarenta y cuatro terroristas que concurrirán a las elecciones municipales del País Vasco y Navarra en las listas del partido de Eta. Pero, en realidad, esta incorporación de los etarras a la arena política, solo es un paso más en la “normalización” que se inició cuando el Tribunal Constitucional -ese al que ahora se acusa de estar modificando la Constitución por la puerta de atrás-, decidió enmendarle la plana al Tribunal Supremo siguiendo las instrucciones que el señor Zapatero ha tenido la amabilidad de desvelarnos con toda claridad:  «Dijimos a quienes apoyaban el terror en su día que si dejaban el terror tendrían el juego en las instituciones, y creo que esa promesa democrática hay que mantenerla».

Así que,¿De qué nos extrañamos? Se lo prometieron. Utilizaron al Tribunal Constitucional para garantizar su promesa de legalización y aunque nos lo ocultaron alevosamente, lo sabíamos. Era una evidencia clamorosa. Desde entonces, la indignación y estupefacción iniciales de algunos, ha ido dando paso a la resignación y la indiferencia. Hemos asistido impasibles a los acercamientos y excarcelaciones prematuras de los terroristas con sus consiguientes homenajes impunes, a pesar de que la ley los prohíbe y la razón debería repudiarlos; hemos contemplado impertérritos como se cedía la competencia de prisiones a la comunidad autónoma vasca que inmediatamente iniciaba las progresiones de grados y todo tipo de triquiñuelas para que los etarras salieran cuanto antes de prisión; hemos escuchado impasibles al que algunos osaron llamar “hombre de paz” decir que “Esos doscientos presos tienen que salir de la cárcel. Si para eso hay que votar los Presupuestos, los votaremos”; hemos sabido que el último dirigente de la banda forma parte de la dirección del partido legalizado de Eta, algo, por otra parte, lógico; hemos sabido de las conversaciones, por persona interpuesta, del ministro del Interior con la red de apoyo a los etarras encarcelados para satisfacer sus reclamaciones, todas cumplidas o en vías de serlo. Y hemos visto como el partido de Eta se ha convertido en apoyo imprescindible del Gobierno de la Nación al que aprueba leyes y sustenta en una comunidad trascendental para los intereses separatistas como es Navarra.

Hace muy pocos días, se lanzaban las campanas al vuelo por los cinco años de la disolución de Eta, dándola por desaparecida y trasladando la idea de que ya no tiene ni presencia ni influencia en la sociedad. Ojalá fuese así. Pero todos sabemos que no lo es,  aunque el Gobierno y otros muchos se afanen en consagrarle una legitimidad moral, política y social que permita pactar con ella sin sentir vergüenza ni ser estigmatizado. Y para lograr ese fin espurio y egoísta, no importa que esos matones se enseñoreen de la tierra que ensangrentaron, que continúen imponiendo su dictadura ideológica y que presenten a sus matarifes a las elecciones.

Lo que está ocurriendo hoy es la consecuencia natural de todo lo hecho anteriormente. Quieren soterrarlo, pero a veces, la podredumbre sale a la luz con toda su pestilencia y su miseria. Volverán a enterrarla para que los españoles no la percibamos, pero ahí está, cada vez más hedionda. Y el final será el previsto. Eta ostentará el poder en las instituciones y lo ejercerá para implantar el proyecto por el que ha asesinado a ochocientos cincuenta y tres españoles y ha sojuzgado a millones. Y el Gobierno lo dará por bueno si le sirve para que le cuadren los números.

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España mutilada

Publicado en El Mundo el 11 de julio de 2022

En septiembre de 2020,  el presidente Pedro Sánchez intervino en el Senado para lamentar «profundamente» la muerte de un terrorista condenado en 2005 a veinte años de cárcel, dejando estupefactos a los españoles. El 10 de julio de 2022, en el acto institucional celebrado en Ermua para conmemorar el veinticinco aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco ha dicho, delante del Rey, que «España y Euzkadi son países libres y en paz». Y sus palabras han sonado como disparos. Unos disparos que han penetrado en los corazones de los españoles y han hecho brotar a borbotones la sangre del desaliento, del dolor, de la impotencia, de un sentimiento de derrota, de conciencia terrible de que los asesinatos de Eta han tenido rédito, han sido útiles para alcanzar los fines políticos que pretendían y que les ha reconocido el propio presidente del Gobierno.

Allí, ante el Rey y ante todos los españoles, el presidente del Gobierno de la Nación ha dado carta de naturaleza a la reivindicación reclamada a sangre y fuego por los separatistas. Les ha concedido graciosamente el estatus que ansían y ha abjurado del -éste sí- profundo significado de la figura de Miguel Ángel Blanco y de todas las víctimas del terrorismo como baluartes de la defensa de España, de su unidad como nación y de la verdadera libertad. El sacrificio de los centenares de muertos provocados por el terrorismo separatista tiene como resultado que «España y Euskadi son dos países libres y en paz». No cabe mayor miseria, ni mayor traición a su memoria, a su simbolismo y a la propia España a la que este presidente indigno arranca un pedazo de sí misma con la perversión de un psicópata, uno de esos individuos a los que la ciencia define como «narcisistas, que nos sienten empatía hacia el sufrimiento ajeno, ni remordimientos, con una elevada inteligencia que les permite manipular a quienes tienen alrededor y que suelen reincidir en sus acciones».

No importa si realmente cree o no en lo que dice, lo verdaderamente grave y atroz es que lo ha dicho y que sus palabras han alborozado -y probablemente sorprendido- a esos criminales a los que se está reciclando sin pudor ni decencia ni vergüenza. Pero el presidente de España no es el único culpable de lo que está pasando. Hubo un punto de inflexión, un cruce de caminos, un momento decisivo en el que se pudo optar por lo moral y más difícil, pero también más honrado, que era lo que España se merecía: la verdadera derrota de Eta sin contrapartidas; o por escuchar -una vez más- los cantos de sirena del PNV siempre abogando por la negociación, que no es otra cosa que cesión, y por permitir que la banda terrorista se transformase en un agente político más. Todos sabemos cuál fue el camino que se emprendió y de aquellos polvos vienen estos lodos. Esa decisión, ampliamente consensuada, fue la que hizo posible que hoy el partido de Eta condicione la gobernabilidad de España. No se trata de hacerles un cordón sanitario y no pactar con ellos, se trata de que no pueden ser legales porque son lo que son y lo demuestran cada día.  Su presencia en las instituciones es el mayor fracaso de nuestra democracia.

Nada hay que pueda igualar la ignominia de la afirmación hecha por el presidente Sánchez en el aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco, pero sorprende y entristece que cuando se menciona su memoria, lo que significan él y todas las víctimas del terrorismo, no se resalte como se debe que murieron por España. Los mensajes de condena están mutilados por esa omisión que en el fondo elimina la verdadera razón de ser del terrorismo separatista vasco, la oculta, la niega. Y esa razón de ser no es otra que el odio a España, un odio que permanece intacto y que hace que, a día de hoy, la libertad brille por su ausencia en la comunidad autónoma vasca, en la que todo está impregnado y controlado por ese nacionalismo que gracias al terrorismo ha logrado dominar a la sociedad. Ahora han cambiado de táctica por pura conveniencia, lo dijeron ellos mismos en 2018 en su periódico: «La lucha armada no era un fin en si mismo sino un instrumento, y su abandono por tanto no significa una derrota, sino un cambio de estrategia motivado por las circunstancias».

Solo desde el reconocimiento de la verdad podremos reconducir el «final» del terrorismo hacia una auténtica derrota de sus planteamientos y podremos defender lo que ellos quieren destruir que no es otra cosa que nuestra patria, España. Y un ejemplo palpable de que avanzan en su propósito es, no solo las gravísimas palabras que pronunció Pedro Sánchez en el acto de homenaje del domingo 10 de julio en Ermua, sino también retrocesos muy importantes como que se bailase un aurresku ante las autoridades y el Rey pero que no sonase el himno nacional. Esa es una gran victoria para ellos que han logrado arrinconar hasta la insignificancia los símbolos de la nación en nuestra querida tierra vascongada.

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Otra vez Europa como coartada

Publicado en ABC el 21 de mayo de 2022

La banda criminal Eta, esa que dicen que ya no existe, asesinó a 869 personas -de las que no se sabe quiénes fueron los autores de 379 muertes-, e hizo sufrir colectivamente a todos los españoles durante medio siglo. También subyugó y lo sigue haciendo a los que hicieron posible su supervivencia y ahora trabajan por su redención con la colaboración activa de los gobiernos de la autonomía vasca y de la Nación. Y esa redención, ya casi consumada, exige como condición irrenunciable que los matarifes dejen de serlo, que se conviertan en personas respetables y admiradas por los suyos mientras los demás miran para otro lado, indiferentes, cansados o conformes porque la paz exige cesiones y olvidos. Así que la profecía de los matones separatistas que se burlaban de las víctimas espetándoles «los vuestros en el hoyo y los nuestros en casa», se está convirtiendo en realidad.

En 2012, 607 terroristas estaban en prisión, hoy quedan 169, de los cuales dos tercios ya gozan de las prebendas que les otorga el Gobierno Vasco con su recién estrenada competencia de prisiones. Pero nada es suficiente porque todo es lo pactado. Las cárceles han de estar vacías de asesinos en un plazo escrito y sellado. Y para que ese compromiso se cumpla los resortes del Estado deben ponerse a su servicio. La derogación de la doctrina Parot fue la primera trampa en la que se utilizó a Europa como coartada para cumplir con las exigencias de la negociación, después vinieron los acercamientos a cárceles cercanas al País Vasco, de cinco en cinco cada viernes, las progresiones de grado,  las excarcelaciones anticipadas. Y ahora se han sacado de la manga la doctrina Atristrain, otro subterfugio con Europa como coartada para invalidar pruebas y anular condenas y sobre todo para que los juicios aún pendientes, las condenas a centenares de años que se deben imponer por los atentados aún sin resolver o sin juzgar, no puedan llevarse a cabo porque se invalide de raíz la detención, incomunicación y obtención de pruebas.

La miseria y la indecencia de los promotores de esta estratagema que se creen astutos cuando lo que son es perversos, nos está haciendo tocar fondo. ¿De quién ha sido la idea? ¿Quién se la habrá susurrado al oído de los que la han llevado a efecto? A esos abogados que tanto dinero tienen para los recursos que presentan, ¿Quién les paga? ¿No había interlocución directa entre el ministerio del Interior y las organizaciones proetarras que defienden a esos criminales? ¿De qué hablaban con el secretario general de Instituciones Penitenciarias en las constantes reuniones secretas que mantenían y que desveló un informe de la Guardia Civil? ¿No será el Estado el que está facilitándoles el camino y les desbroza los obstáculos? Cuando se produjo la derogación de la doctrina Parot, fue el propio juez español Luis López Guerra quien impulsó desde la Gran Sala del TEDH su anulación. Ahora, la abogacía del Estado no ha argumentado con solvencia cuando ha podido para que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos diese la razón a España. No ha importado el cuestionamiento de la actuación de jueces y policías en los procesos de detención e incomunicación de terroristas porque se debe cumplir el objetivo de otorgarles la impunidad pactada. Y para ello se han de poner las instituciones al servicio de la causa del mal y se ha de renunciar a proteger los derechos de las víctimas, a que reciban la justicia que les es debida.

Después de todo, los muertos están en el hoyo. Qué importa por lo que muriesen, qué importa lo que significan. Lo que importa es exonerar a Eta de sus culpas ante la justicia, ante los españoles y ante la historia. Eso es lo que algunos consideran “la derrota de Eta”.

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Inauguración de placa en memoria de Ana María Vidal-Abarca

6 de abril de 2022

Muy buenos días y gracias a todos por acompañarnos en este homenaje, en la inauguración de esta placa en recuerdo de Ana María Vidal-Abarca que para mis hermanas Begoña, Inés y Paloma, para nuestros hijos, para nuestra querida tía Elena, para toda la gran familia y amigos que aglutinó a su alrededor, es tan importante.

Gracias a los que habéis venido hoy a estar con nosotros, con ella. Sois tantos y todos amigos que me vais a permitir que no mencione a ninguno porque os tendría que nombrar a todos,uno por uno, porque todos los que estáis aquí la queríais y la respetabais. Muchas gracias, de corazón.

Y también quiero dar las gracias, en nombre de toda la familia, a los que han propuesto y promovido esta iniciativa que permanecerá como un recuerdo permanente en la fachada de esta casa en la que nuestra madre vivió durante treinta años, desde que se trasladó a Madrid, esta maravillosa ciudad de acogida en la que se sintió arropada y querida y en la que encontró la libertad tan brutalmente perseguida en nuestra tierra.

En Vitoria, la placa de homenaje a nuestro padre y a las víctimas en general las ponen en el suelo porque los vecinos de las casas no quieren que les vandalicen las fachadas. O eso dicen. En realidad, lo que ocurre es que no quieren otorgarles la dignidad que merecen.

Quiero dar las gracias especialmente a Martín Hernández, presidente del Foro Ganivet, impulsor de este homenaje, a Fernando Martínez-Vidal, que tomó el testigo y lo propuso al grupo municipal de Vox de Retiro que sin dudarlo lo presentó ante la junta de Distrito y gracias a todos y cada uno del resto de los grupos políticos, a todos: Partido Popular, Ciudadanos, Partido Socialista, Más Madrid y grupo mixto, que aprobaron por unanimidad la iniciativa. Gracias también a Santiago Saura por su disposición y por la rapidez con la que ha hecho realidad el proyecto.

Nos ha conmovido especialmente esa unanimidad hoy tan difícil de alcanzar y que pone de manifiesto que nuestra madre, en su larga trayectoria de defensa de las víctimas del terrorismo, fue respetada por todos. Y lo fue por muchas razones: por su integridad, por su coherencia, por su buen criterio e independencia, por su mesura, por su bondad y también por su firmeza, por su sentido de la justicia, por su equilibrio, por su perseverancia, por su valentía y sobre todo porque su causa era noble y era necesaria. Es noble y es necesaria.

A lo largo de los años, Ana María Vidal-Abarca incomodó a quienes no obraban rectamente, a quienes buscaban atajos en lugar del camino recto, despertó conciencias y provocó cambios que eran imprescindibles, porque, con serenidad, siempre decía la verdad y decía cosas tan justas y de sentido común que nadie se las podía rebatir. Recorrió un camino árido y difícil, casi siempre en soledad, en la soledad hermanada con tantas personas que como ella sufrían el abandono de quienes debían protegerlas. No se resignó al olvido, ni a la marginación, ni a la manipulación. Defendió el significado profundo de las víctimas del terrorismo como baluarte de la unidad de España y reclamó algo tan básico y sustancial en un Estado de Derecho como es la Justicia, esa justicia que tantas veces nos han hurtado.

Y quisiera, en este momento, recordar a las personas que la acompañaron en aquellos duros comienzos, cuando fundaron la Hermandad de Familiares de Víctimas del Terrorismo. A Sonsoles Álvarez de Toledo, a Isabel O´Shea, y más tarde a Santiago Cabanas, el primer secretario general. Todos ellos, juntos, consiguieron sacar a las víctimas del terrorismo de las catacumbas en las que se encontraban. Y con mucho esfuerzo lograron ese reconocimiento que hoy -todos lo sabemos- está siendo arrumbado para dar paso a los que nos causaron -a todos-, tanto daño, como si nada hubiese ocurrido.

Este homenaje, esta placa que hoy se inaugura, es un homenaje a Ana María Vidal-Abarca, a su trayectoria, a tantos años de entrega a la causa más noble. Pero debe ser también una declaración de intenciones, de un propósito firme de que todo aquello por lo que ella luchó, de lo que representó, de lo que fue, permanezca. Debe ser reflejo de una voluntad firme para que los valores que sustentó con ejemplaridad sigan siendo un referente para todos nosotros y nos sigan guiando para impedir que esos que ahora -todos lo sabemos- buscan la liquidación moral de las víctimas del terrorismo, su desaparición, no lo consigan. Debe ser un revulsivo para que esta España por la que tantos dieron su vida, no tolere que los terroristas -y los que no son terroristas, pero comprenden, toleran y amparan- sigan vejándonos. A todos. Para que perseveremos en la defensa de lo que debe ser una verdadera democracia, que solo puede basarse en la razón, en la moral, en la justicia y en la ley. Y para que trabajemos por una España digna y libre en la que cada cual ocupe el lugar que se merece.

Gracias de nuevo de todo corazón.

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Principios democráticos y Eta

Publicado en El Mundo el 18 de febrero de 2022

En junio de 2008, el juez de la Audiencia Nacional Fernando Grande-Marlasca ordenó la retirada de una placa y un monolito que, en un parque infantil de Hernani, estaban dedicados a un etarra muerto en un enfrentamiento con la policía y autor de numerosos asesinatos, uno de ellos el de mi padre. En su resolución, el entonces juez afirmaba que la placa y el monolito conllevaban una loa personal al terrorista en su conducta criminal y una humillación constante en el sentimiento legítimo no sólo de las víctimas, sino de cualquier ciudadano con «sólidos principios democráticos». En veinticuatro horas, se ejecutó la orden y el parque infantil dejó de ser un lugar de culto terrorista. Catorce años después de aquella resolución, el ahora ministro del Interior, no solo ha tolerado que se celebren cientos de homenajes a los terroristas cuando salen de prisión, sino que él mismo ha propiciado con subterfugios e infames contactos secretos con la propia Eta que sean excarcelados sin cumplir las condenas que les impusieron esos tribunales de los que un día formó parte y desde los que combatió, beligerante, al terrorismo. 

Aquellos sólidos principios democráticos que decía defender se han quedado por el camino que le ha conducido al poder político y a la podredumbre moral. El informe de la Guardia Civil que desvela la envergadura de su miseria constata que no hay límites para la infamia de un presidente de Gobierno y de su obediente títere que, si alguna vez la tuvo, renunció a su vocación de impartir justicia para hundirse en la oscuridad de los focos.

El juez Marlasca fue azote de los terroristas -cuando serlo proporcionaba prestigio y posibilidades de ascenso- con actuaciones como la antes mencionada en defensa de la dignidad de las víctimas y los «principios democráticos»; el procesamiento del propio Otegui -ahora socio preferente del Gobierno- por «integración en banda armada en grado de dirigente»; el envío a prisión de treinta y un miembros de Segi, organización ilegalizada a la que consideró una «auténtica academia terrorista»; o la investigación del chivatazo del bar Faisán en la que como juez instructor de la Audiencia Nacional, ordenó a los policías nacionales que no compartieran información ni siquiera con sus mandos jerárquicos para no poner en riesgo las pesquisas e impidió así que el asunto fuese archivado. Curiosamente, años después, ya como ministro, destituyó a un coronel de la Guardia Civil por hacer lo mismo que él había ordenado entonces a la policía judicial. Gajes de la obediencia debida.

En su carrera ascendente hacia la indignidad, el juez en busca de cargos de relumbrón fue nombrado presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional y desde ahí facilitó la rápida aplicación de la derogación de la doctrina Parot a casi setenta etarras. Eso era lo que demandaba en aquel momento la conveniencia política y el cumplimiento de los pactos secretos con Eta que el Gobierno de Rajoy acató. Y cuando se produjo el cambio de Gobierno, su dúctil capacidad de adaptarse a las circunstancias, le proporcionó la oportunidad -al fin como ministro de Pedro Sánchez- de continuar gestionando con Eta la impunidad de sus criminales. Ese ha sido su premio y nuestro castigo. 

Marlasca es un personaje que olió qué podría ayudarle a prosperar en su carrera y cuando fue preciso se entregó sin escrúpulos a socavar el derecho a la justicia de las víctimas y a humillar a los ciudadanos «con sólidos principios democráticos», que antaño fueron su prioridad. Las víctimas y la justicia solo fueron para él peldaños en su ascenso político. Lo ha conseguido, ahora está en la cúspide de la vileza y sirve a su amo con diligencia y sin ética. Por eso acepta que un terrorista condenado a 1.210 años de cárcel por trece asesinatos y a quien él liberó al aplicar de forma torticera la sospechosa derogación por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de la doctrina Parot, le diga cómo y cuándo tiene que excarcelar a los cada vez menos terroristas que quedan en prisión. 

Esa es la exigencia de Eta que el juez Marlasca está cumpliendo con diligencia y precisión. Cada viernes, en tandas de cinco ha trasladado a doscientos ochenta y ocho etarras, setenta de ellos a cárceles del País Vasco, cuya competencia ejerce esa Comunidad desde octubre de 2021 para que sea la familia nacionalista la que les organice un futuro placentero. Y ha excarcelado a más de cien. Ya solo quedan en prisión ciento ochenta y tres. Y no queda ninguno en primer grado, ninguno, ni siquiera los que acumulan mayores condenas y están recién juzgados. 

En eso ha quedado el juez Marlasca, en un peón de una partida en la que nos estamos jugando los «sólidos principios democráticos» sobre los que se sustenta nuestra nación.  Pero él ya no los defiende -¿alguna vez lo hizo por convicción?- sino que ayuda, solícito, a los que los atacan, en perfecta simbiosis con el aciago presidente que padecemos. Y juntos se esfuerzan en legitimar a ese mundo oscuro y cruel, ese mundo fanático que se vanagloria de que el tiempo juega a su favor y cuyo principal dirigente -socio preferente del Gobierno- dijo hace diez años a los suyos «Reid porque vamos ganando» y les prometió, con conocimiento de causa, «traer a los presos primero a Euskal Herria y luego a sus casas».

El informe de la Guardia Civil que ha sacado a la luz el entreguismo inmoral de este Gobierno con los representantes de Eta y ha mostrado con toda su crudeza el contubernio infame entre el ministerio del Interior y los más execrables delincuentes, no es más que la constatación de lo que sus hechos nos estaban demostrando empíricamente todos los días. Mancillan el Estado de Derecho, vulneran flagrantemente el espíritu de la ley, trampean para sortear las sentencias de los tribunales, se pliegan al chantaje de los terroristas con los que mantienen interlocución a través de personajes de la relevancia del secretario general de Instituciones Penitenciarias y pactan con ellos no solo injustos beneficios penitenciarios sino concesiones políticas en perjuicio del interés general de España. Deberían dimitir, el presidente, el ministro, todo el Gobierno, de forma fulminante. Pero no lo harán porque para ellos el poder es un valor supremo y retenerlo justifica sus mentiras, sus traiciones y su indecencia. Y por eso se aferran al cargo con una lujuria que es además de obscena, desoladora.   

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Palabras hechas trizas

Publicado en El Mundo el 28 de diciembre de 2021

Desde que en enero de 2011, Eta anunciase su primer “alto el fuego permanente” estamos asistiendo a un proceso continuo, este sí, verificable, de legitimación de su pasado, su presente y su futuro. Y cuanto más avanza ese proceso, cuanto más escandaloso resulta, mayor es la indiferencia, la atonía, la aceptación cansada y resignada de una situación que debería causar bochorno e indignación colectivos.

La más reciente, que no la última, noticia que nos ha golpeado, ha sido la de que un cabecilla de Eta, uno más,  formará parte de la dirección de Sortu. Ese partido, creado por la propia Eta y legalizado el 20 de junio de 2012 por el Tribunal Constitucional, que en el fallo de la sentencia incluyó, quizá para tratar de paliar el daño que causaría a la democracia y a la justicia, una enumeración “tajante y objetiva” de las conductas y actos que podrían conllevar su ilegalización a posteriori. Esas conductas eran y son: el enaltecimiento del terrorismo, la humillación de las víctimas, la ambigüedad en la condena del terrorismo, los actos de exaltación que equiparen la violencia terrorista con la coacción legítima del Estado de derecho, o la equiparación del sufrimiento de las víctimas con el de los presos de la banda condenados por actos terroristas. Papel mojado. Papel ensangrentado.

En su voto particular contrario a la sentencia, el Magistrado don Javier Delgado Barrio recalcó lo que había señalado con contundencia el Tribunal Supremo cuando decidió no legalizar a ese partido: que “Sortu es un partido heredero de Batasuna y custodiado por Eta que lo instrumentaliza al servicio de su estrategia”. Y así es. Todos lo sabemos. Y también dijo que “los estatutos son palabras, de modo que cuando el conjunto de los hechos probados, desvirtúa por completo la realidad de tales manifestaciones, las palabras saltan hechas trizas”.

Ahora ya nadie quiere acordarse de las condiciones que incluía la sentencia malhadada del Tribunal Constitucional, ni nadie tiene la voluntad, nunca la tuvieron, de hacer que se cumplan.  Eta lo sabe y por eso ha promovido cientos de homenajes, el último tras anunciar que ya no volverían a celebrarse,  en los que se vitorea a los asesinos por las calles -y por tanto se veja a sus víctimas-, por eso tiene el descaro de incorporar a su dirección, además de a Otegui, a otros terroristas convictos y confesos. Y por eso maniobra cada vez con más insolencia y desfachatez. Sabe que se lo van a permitir, lo ha comprobado empíricamente a lo largo de los años. Y ahora, más que nunca, se siente poderosa por la atroz inestabilidad política que atraviesa España y porque su partido ha sido elevado a organización imprescindible para mantener a un Gobierno sin principios ni respeto a los cientos de muertos que ha arrojado a la sima del olvido.

Y por todo eso, las puestas en escena, la teatralización de anuncios falsarios de los pactos alcanzados en las negociaciones opacas que desembocaron en esta falsa derrota, quedan en evidencia ante la realidad de los hechos: etarras dirigiendo un partido político. Y hacen que las palabras salten “hechas trizas”. Pero no importa, la sociedad, mansa y agotada lo acepta e incluso allí, en su feudo sometido al miedo y al desistimiento, les vota cada vez más. Porque han aceptado, domesticados, que los lobos cuiden del rebaño.

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Quedarán impunes

Publicado en La Razón el 5 de noviembre de 2021

Quisiera creer que la Comisión del Parlamento Europeo que nos visita estos días para investigar las causas del inasumible, desolador, dramático, escandaloso, terrible, número de crímenes cometidos por Eta que han quedado impunes, logrará el loable propósito de su misión. Pero por desgracia no lo creo.

El elenco de interlocutores a los que consultarán el porqué de tal fracaso de la justicia tendrá ya preparada la lista de justificaciones y el machacón mensaje de que hemos derrotado a Eta y de que eso es lo realmente importante. Algunos escogidos familiares podrán hablar con la delegación, pero poco podrán hacer ante los portadores de la verdad oficial cuyo estudiado mensaje prometerá hacer los mayores esfuerzos para que se imparta esa justicia hurtada a las víctimas, aunque sepan que eso nunca ocurrirá. Tampoco contarán que hace ya mucho tiempo, desde el ámbito del poder político se está procurando precisamente lo contrario: que los terroristas en la cárceles sean excarcelados lo antes posible, elaborando para ello planes a medida culminados con la reciente cesión de la competencia de prisiones al Gobierno Vasco que ya ha anunciado su intención de “reinsertar” a los terroristas y de promover una justicia “restaurativa” de olvido y perdones mutuos. Mientras, los que pueden impedirlos siguen tolerando, en un flagrante incumplimiento de la ley,  los vítores y homenajes que les hacen a los asesinos por las calles al salir de prisión.

No hay voluntad de resolver nada. Por eso esta visita servirá solo para que durante unos días se reaviven algunas conciencias e incluso haya quienes se vanaglorien del trabajo que dicen realizar para la salvaguarda de la memoria y de la verdad, del manoseado relato cada vez más contaminado y falseado, pero poco más. Estamos llegando a un punto en el que la indiferencia es cada vez mayor. Quieren que la sociedad española asuma este fracaso, está vergüenza, está ausencia de justicia como si fuera inevitable. Y lo están consiguiendo.

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El rescate

Publicado en ABC el 19 de octubre de 2021

La noticia de que «La Zarzuela» pagó a Eta el rescate de Diego Prado es tan demoledora y terrible que se ha publicado junto a una fotografía también estremecedora en la que se palpa el sufrimiento tanto del propio secuestrado, con la mirada ausente, como de los familiares que lo rodean: sus hijas, que después de semanas de padecimiento, al fin, sienten el alivio del regreso al hogar de su padre. Ocurrió el 6 de junio de 1983 y el artífice de este final feliz fue el íntimo amigo y socio de Diego Prado, el Jefe del Estado, el Rey de España.

La banda asesina Eta ha secuestrado a setenta y nueve personas. De ellas, la mayoría pagaron el rescate y fueron liberadas, doce sin embargo fueron asesinadas por la banda. Especialmente trágico fue el crimen de Javier Ybarra, oculto en un monte bajo tierra durante un mes y terriblemente torturado. En escasas ocasiones, el Estado venció a Eta sin contrapartidas. Es imposible olvidar la liberación de Jose Antonio Ortega Lara por la Guardia Civil después de quinientos treinta y dos días oculto en el subsuelo de una siniestra nave de Mondragón y la sensación colectiva de orgullo que por unos días todos los españoles sentimos, antes de la terrible venganza que Eta se cobró con el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco.

Doscientos seis han sido los guardias civiles que han caído defendiendo a la nación española, ciento cuarenta y nueve policías nacionales, ochenta y seis militares, treinta y dos políticos, y también cuarenta y ocho miembros de otros cuerpos como policía municipal, policías autonómicos y profesionales de la administración de justicia, además de ciudadanos civiles a los que, a lo largo de cincuenta años, esos miserables criminales han truncado sus vidas sin compasión. Nadie los salvó. Nadie podía salvarlos porque ellos mismos, muchos de ellos servidores públicos, sabían que, si fuera preciso, tenían que entregarlo «todo» por esa Patria a la que un día juraron servir hasta morir. Y lo hicieron. Con honor y valentía, en defensa de todos nosotros, de España y de nuestra libertad.

A ellos sus familias solo pudieron llorarles, y en los años ochenta, en soledad y abandono. De ellos no existen fotografías de reencuentros, solo de duelo y dolor y también de entereza y de orgullo por su entrega y sacrificio.

Hace pocos días, en el desfile de la Hispanidad pudimos escuchar sobrecogidos el homenaje castrense a los Caídos por España: Lo demandó el honor y obedecieron, los requirió el deber y lo acataron; con su sangre la empresa rubricaron, con su esfuerzo la Patria engrandecieron. Fueron grandes y fuertes, porque fueron fieles al juramento que empeñaron. Por eso, como valientes lucharon, y como héroes murieron. Por la Patria morir fue su destino, querer a España, su pasión eterna, servir en los Ejércitos, su vocación y sino. No quisieron servir a otra Bandera, no quisieron andar otro camino, no supieron vivir de otra manera.

No son palabras huecas, las Fuerzas Armadas las llevan cinceladas en el alma.

Por eso, conocer que el Jefe del Estado, a quien el artículo 61 de la Constitución le confiere la función primordial de guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes, y el artículo 62 le otorga el mando supremo de las Fuerzas Armadas, facilitó el dinero a los terroristas para que su amigo fuese liberado, es un golpe imposible de asimilar. Porque Eta usó el dinero de los rescates para matar, para matar a españoles y para matar a miembros de las Fuerzas Armadas,  servidores públicos cuyo mando supremo ostenta la Corona.

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Limpieza de sangre

Publicado en El Mundo el 19 de octubre de 2021

El Gobierno de España se sustenta en el partido de Eta. Lo hace porque antepone el poder al interés general de España o a cualquier consideración ética. El partido de Eta lo sabe y se aprovecha. Da, pero pide. Pide concesiones políticas, si, pero en este momento, sobre todo, pide cimientos para construir su futuro que es lo que le interesa más para desbancar al PNV y conquistar el poder en el País Vasco. Pide limpieza de sangre.

El Gobierno está dispuesto a ayudar a tal propósito. No tiene elección, aunque si la tuviera, probablemente haría lo mismo, porque ese fue el precio de la negociación y la razón por la que el Tribunal Constitucional enmendó la plana al Supremo y decidió permitir que Eta se transformase en un partido legal. La estrategia marcada entonces sigue su curso, inexorable, favorecida por la necesidad del Gobierno de contar con los votos de los radicales separatistas para mantenerse en el poder. Acabamos de ser testigos de una nueva puesta en escena. Un conocido cabecilla condenado por pertenencia a banda armada, al que algunos llaman hombre de paz, ha realizado una declaración pública en la que reconoce el dolor de las víctimas. Tal declaración ha sido recibida con alborozo y repique de campanas. A la vez, el expresidente Zapatero  ha pedido a esas víctimas que convivan con normalidad con los criminales y, de pronto, nos encontramos con que son los familiares de las víctimas del terrorismo -las víctimas no pueden porque están muertas- los que tienen que asumir que hay que olvidar, que no deben ser “vengativas” y que han de colaborar a la construcción de la paz, cómo si fuesen ellas las que la hubieran atacado, como si la paz que nos proponen con palabras engañosas fuera la única posible, cómo si las consecuencias del terrorismo ya no existieran.

Este golpe de efecto, perfectamente calculado, tendrá la consecuencia inmediata que busca: la aceptación política y social del partido de Eta al que ya no se podrá reprochar su crueldad porque con admirable humildad ha sido capaz de reconocer que siente el dolor de las víctimas y por tanto ha logrado el certificado de honorabilidad. No importa  el cálculo político, ni que en la parte sin titulares de las declaraciones del coordinador general del partido de Eta, se reclame el fin de “las políticas de excepción” con los presos y se  resalte que “todos” son responsables y han cometido errores. Sobre lo que no interesa, no se pone el foco.

Para disimular este paso de gigante en la legitimación del partido de Eta, durante unas horas, quizá unos días, se dará altavoz a las víctimas, tan rencorosas, para que se desahoguen, muestren su incredulidad o clamen pidiendo que se investiguen los casos sin resolver. Todo será en vano. Pronto, muy pronto, se las dejará de escuchar, serán arrinconadas sutilmente, como ya está ocurriendo, y se irá afianzando cada vez más la aceptación social y política de un partido manchado de sangre que seguirá cuidando y protegiendo a sus gudaris y trabajando por los mismos objetivos por los que mataron. Ese fue el precio que pusieron a la paz que solo ellos quebraron. Y se lo estamos pagando. A tocateja. 

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¿Por qué se atreven?

Publicado en ABC el 26 de agosto de 2021

Hace tiempo que ya no provoca escándalo nada que tenga que ver con el terrorismo. Los acercamientos, las excarcelaciones, los homenajes a los criminales han sido asimilados y asumidos por la sociedad con total naturalidad. Desde que -según nos han contado- Eta decidió, porque quiso, dejar de asesinar, la mentira y la ocultación nos rodean. Para que la evidencia no brille con luz cegadora, nos ponen filtros distorsionadores, desvían el foco de la información, deforman el lenguaje, relativizan los conceptos. Y así, consiguen que pase desapercibido el escrupuloso cumplimiento de los compromisos adquiridos en una negociación negada que ni siquiera los mayores valedores de la supuesta «derrota» se han atrevido a llamar rendición.

Han avanzado mucho, casi todo el camino de la hoja de ruta trazada en aquellos trueques escondidos. Las cesiones han repercutido gravemente en la política nacional y en la autonómica del País Vasco y Navarra con terroristas influyendo y decidiendo en las instituciones; han pervertido la justicia, que otorga trato de favor a quienes menos lo merecen; han golpeado la dignidad de la Nación, que tolera impasible la exaltación pública de los criminales. En estos años, desde que «Eta ya no existe» han asentado su legitimación política y social y también su impunidad moral, ni siquiera la expiación, sino la propia negación de su perversidad.

El Gobierno, en sus manos, transige con todo, concede todo, permite todo. La política penitenciaria está lanzada a vaciar las cárceles de terroristas. Casi todo está hecho, la transferencia de prisiones concedida; el objetivo de progresión de grado, declarado e iniciado; las «ayudas a la reinserción», anunciadas; la sociedad, anestesiada, engañada, neutralizada; las víctimas, desaparecidas – si no hay asesinos, tampoco puede haber víctimas-. Han decidido que ya no serán ni héroes, ni mártires, ni referentes, ni bastiones de la defensa de España; han decidido que sólo serán olvido, que no serán nada. Y han permitido que los otros sí sean alguien, sí sean héroes, gudaris de sus huestes que los jalean con la vileza de los cómplices cobardes.

Queda muy poco ya para cerrar indignamente esta página terrible de nuestra historia. Queda tan poco que ya se atreven hasta con el más infame de los suyos, si es que se puede distinguir a un individuo entre una masa en la que cada parte forma una amalgama compacta de odio, entre un todos para uno aniquilador. Se atreven con el que puso nombre a una doctrina que intentaba paliar las carencias de un Código Penal que no contemplaba penas acordes a los delitos tan deleznables que hubo de afrontar. Una doctrina que fue destruida con subterfugios para avanzar en el proceso de impunidad ahora a punto de ser culminado.

Y se atreven porque obtienen todo lo que exigen, porque se sienten fuertes, porque saben que el Gobierno de España depende de ellos. Y por eso van a exhibir orgullosos su podredumbre y correrán por las sucias calles que han cobijado su miseria, y alardearán de los muertos causados, de los logros obtenidos, de su poder. Y nadie se lo impedirá. Y mientras, algunos, contemplaremos inermes y vencidos, las consecuencias del apaciguamiento de los que renunciaron a vencer al mal.

Por eso se atreven.

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