¿A quién censuramos?

Publicado en El Mundo el 28 de septiembre de 2023

Un día de junio de 2015, Silvia Gómez, hija del matrimonio formado por Julia
Ríos y Eutimio Gómez, asesinados por Eta con un coche bomba en 1992 en Santander, se acomodó en el sofá de su casa para ver un rato la televisión. Era
domingo por la noche. De pronto, sin quererlo, ni buscarlo, se encontró frente al
asesino de sus padres. Lo estaba entrevistando Jordi Évole. Silvia entonces
decidió escribir una carta que envió a El Mundo y que les recomiendo
encarecidamente que lean en su totalidad. En ella mostraba su estupefacción, su dolor y su impotencia: “Jamás me hubiera imaginado que un medio de comunicación aupara así a alguien que ha destrozado a tantas familias por el mero hecho de decir que se arrepiente…
¿Qué país, salvo el nuestro, haría semejante barbaridad? (…) Así, sin más, nos
lo hemos tenido que encontrar en la TV contando sus «hazañas» que parece
ser que son dignas hasta de escribir un libro…”

Ese era el lamento desconsolado de Silvia que terminaba su carta con estas palabras:“Espero que
vivas todo lo que puedas en compañía de tus seres queridos. Tú, Iñaki, que
puedes disfrutar de esta segunda oportunidad (…) por favor, sólo te pido que
nos evites el tener que verte y oírte más… pues duele demasiado. Si a mí me
condenaste a hacerlo en el silencio de mi casa, hazlo tú en el silencio de la
tuya”.


¿Tan difícil es de entender y de atender esta petición?

Jordi Évole es veterano entrevistando a terroristas, no así a sus víctimas. Pero
él no es el único responsable de la ignominia y la degradación moral que nos
quieren hacer aceptar como normal. Lo son todos los que contribuyen a su
consecución. Por acción o por omisión. Y lo son en mucha mayor medida que
los propios terroristas, que, después de todo, están encantados -y
probablemente perplejos-, de que no solo en el País Vasco, sino en el resto de
España, se les esté concediendo el privilegio de explicarse, de dotarles de
humanidad y de cercanía ante una sociedad a la que se intenta hacer creer que
escuchar los planteamientos de los terroristas es libertad de expresión y que la
libertad de expresión es sagrada. No se plantean que esos terroristas a los que
se les da la palabra arrebataron para siempre a sus víctimas la posibilidad de
expresarse, condenándolas al silencio eterno y sometiendo a todos los demás
a la dictadura del miedo.


Y los que justifican su complacencia y su complicidad con ese mundo podrido y
criminal, se escudan también en que no pueden aplicar la “censura previa”, la
que sí impusieron los terroristas a sus víctimas, pero no reniegan de la ola
infinita que nos está ahogando de lo que llaman cultura de la cancelación y que
no es otra cosa que una censura feroz al que opina diferente de lo establecido
oficialmente. Hoy existen muchas censuras al pensamiento libre y al
pensamiento ético. Hoy, se está censurando y “cancelando” a las víctimas y a sus familias, cuya mera existencia impide la negación de la verdad. Y cada vez
que los que deciden y eligen, dan voz a unos y silencian a otros, están
aplicando esa censura que dicen rechazar.


Silvia pidió silencio al asesino de sus padres, yo pido que la ayuden, que nos
ayuden, a que no tengamos que ver ni escuchar a esos criminales que en
cualquier otro país jamás hubieran sido tratados con la indulgencia con la que
lo están siendo en el nuestro.

Carta completa de Silvia Gómez: https://www.elmundo.es/cronica/2015/05/17/55564668268e3e8e2c8b4587.html

Acerca de Ana Velasco Vidal-Abarca

En este blog pretendo recoger mis reflexiones sobre el irreparable daño que ha causado el terrorismo en España y sobre la necesidad de que no obtenga réditos sociales ni políticos por sus crímenes. Pretendo denunciar las complicidades, las omisiones, los errores que han rodeado el combate contra el terrorismo separatista vasco y pretendo reclamar el derecho irrenunciable de las víctimas a la justicia y la obligación del Estado de Derecho de garantizar la igualdad, la libertad y la seguridad de todos los españoles.
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